CONFINADA-mente

La verdad, fue todo muy rápido. Un día nos hallábamos compartiendo catas de cervezas artesanas pasándonos impunemente las birras, cogiéndole simpáticamente la patita al perro del vecino después de su paseo callejero, y al día siguiente, nos encontramos corriendo de camino a nuestras casas, con los ordenadores del curro debajo del brazo, haciendo de nuestra compra en el supermercado una verdadera pista de coches de choque, y cocinando entre geles hidroalcohólicos.


Sí, ahora lo piensas y oye, fue todo un vértigo.


Poner las noticias a la hora de la cena constituía un auténtico tormento. Todo eran curvas alcistas, que parecían sacadas de las mejores portadas del Expansión en los mejores tiempos del rodillo especulativo, o de un fotograma del Altimetrías.


Fue, cabe admitirlo, algo terrorífico. Más aún para aquellas personas que enfermaron, y cayeron de bruces en la cruda realidad escrita en los ojos de profesionales de la sanidad que afrontaron a pecho descubierto una cruel situación.


Nos encerramos a cal y canto. El más bello ejercicio de amor hacia nuestros mayores fue no verlos en persona. En casa seguir haciendo piña, intentar disimular la preocupación y tratar de aprender de los más pequeños, quienes una vez más, mostraron su capacidad de resiliencia, de adaptación al cambio repentino, y a mirar el mundo desde sus ojos, aplicando su aplastante lógica sobre lo que verdaderamente importa.


Y así fue como continuó esta historia, que a pesar de su amargura escondió episodios bellos, de los que suman, de los que se meten ahí dentro para siempre.


Poco a poco se encendió la chispilla que toda la comunidad ciclista tiene. Dependiendo de las condiciones de cada cual, algunas personas desmontaron y engrasaron rodamientos que ni siquiera las marcas del sector sabían que existían. Otras repasaban una y otra vez vídeos propios y ajenos, llorando por los rincones de manera incomprensible por no saber cuándo volverían a montar en bici. Hubo quien se refugió en buscarle los tres pies al gato, e indagó hasta las entrañas del ciclismo montañés, su origen, su evolución… su todo, como queriendo saber qué carajo es esto que tanto engancha realmente. Mucha otra gente se descargó todo Wikiloc, luego siguió con medio Trailforks, y acabó creándose un login en Mtbproject, y vio que todo aquello valió la pena, pues recompuso su escuálido nivel de inglés, y también sirvió para descubrir la ingente cantidad de senderos que hay por muchos sitios, y lo absurdo que resulta que siempre vayamos por los mismos.


A la que las vídeo llamadas se sucedían, y las teclas del móvil se borraban de tanto grupo de WhatsApp a flor de piel, empezaron las voces con el típico tópico de “en salir de esta vamos a ir a…”, “con lo que me estoy ahorrando en bares me voy a comprar la…”, proferidas después de haber visto de reojo nuestros propios reflejos barrigáceos fruto del confinamiento en cada espejo de la casa. ¡Agh los espejos!, ¡menudo invento del demonio!.


Las gentes metidas en las urbes adivinaban rutas vecinales en las terrazas. Las comunidades rurales no entendían el esperpento que supuso no dejarles salir al sendero que justo termina en la esquina de arriba de sus casas. Y casi todos nos presentamos puntualmente a la cita diaria virtual para soltar estupideces y frustraciones en foros, redes sociales y demás formatos de vida enlatada, farfullando disertaciones sobre cómo arreglar la economía, combatir el maldito virus, gobernar un país, y construirse un rodillo casero.
Todo a la vez, durante unos dos meses, y sin salir más allá de lo que dicta un BOE.


Mientras tú tachabas 14 días desde que fuiste a currar, a comprar y te tosieron al lado mientras la mascarilla la tenías torcida, te cayó la compra en el portal, o tocaste el pomo de la puerta de entrada a la comunidad de vecinos y luego te rascaste la nariz porque te picaba… la naturaleza allí afuera, campaba a sus anchas, con osos que decidieron subir su termostato y abandonar la hibernación para reírse de la humanidad, abejas que colonizaron estatuas, águilas perdiceras con tres pollos en los nidos, y senderos absolutamente perdidos por la vigorosidad vegetal y el nulo trasiego humano. El planeta parecía estar bastante cómodo sin las estelas de los aviones, sin los barcos rozando las costas, sin los coches por las autovías.


¿Pero sabes qué?, durante esos días, nuestras mentes grabaron muchos más momentos buenos de los que crees, empatizaron con los esfuerzos, conectaron con todo lo que se puede hacer en la vida, enfatizaron el gusto por las cuestiones cotidianas, y revalorizaron aquellas otras que no pudimos hacer.
No soy quién para decirlo, pero tal vez nuestra misión ahora es dejar que todo fluya, dejar libres las mentes, no atarlas más allá de lo sucintamente necesario, tener la suficiente entereza para hacer frente a las vergüenzas que supimos destaparnos mientras estábamos agarrotados de tensión, y cultivarnos, para ser capaces de sumar todos juntos.


Y todo ello dando cíclicas vueltecitas con los pies para impulsarse, cogiendo con adecuada presión de manos aquello que te permite guiar el rumbo, fijar la mirada por delante para visualizar los baches o la suavidad inminente, y sonreír sin saber por qué, porque es así como sencillamente se debe vivir la vida.

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