ESE SENDERO DEL QUE TE HABLÉ

Los días avanzaban entre el crepitar de la estufa de leña, los momentos que obsequia una familia compuesta por peques, algún paseo invernal, y el rugido fiero del viento, ese invitado molesto que se presentó justo cuando por fin, habíamos encontrado unos días de ocio.

En las mentideras de internet, la simbología eólica venía cargada de palitos. Cada palito significa más viento, y el del móvil indicaba unos cuantos para otros tantos días seguidos.

En una de esas veces, después de echar el enésimo tronco de almendro al fuego, las pocas hojas amarillas de morera que le quedaban a los árboles frente a la casa, dejaron de moverse de forma endiablada al otro lado del cristal. Se movían, pero no como una horda de guiris llegando al aeropuerto en julio.

Sí, era el momento.

Mientras subía la cremallera del soft shell, en mi mente surgió el objetivo: acercarme con las podadoras a terminar de limpiar un sendero que teníamos a medias, y que arrancamos los colegas en las postrimerías del verano, pero investigando otro más como fórmula de acceso.

La carreterilla de montaña es de las de saborear. Los Ramones en danza y el rabillo del ojo que atisba aquí y allá, nuevas promesas en forma de rutas. Apenas tres canciones y me encuentro ya aparcado en uno de los pueblos más diminutos de este territorio concreto, que en el mapa parece una punta de lanza hacia el Mediterráneo.

La cabeza me lo recuerda, “apenas trecientos metros el primer camino a la izquierda, acabará transformándose en senda”. Et voilà. Menuda pintaza. En diagonal sube un senderillo asentado, de dos palmos, casi virginal. La sonrisa es el resumen de muchas horas de Google Earth, que imaginaban un trazado bastante perdido. Pero qué va, esta vez no. 

Doy por exitoso el encuentro y tengo la total confianza en que este sendero, igual que sale, entra por la otra parte del monte con manifiesta dignidad, así que empiezo a podar aliagas y romeros que comprometían el futuro de su trazado.

El entorno es bellísimo. Allá abajo se desparraman los pueblos del valle, entre trazos de bancales, bosques y roquedos, y al fondo, casi oníricamente, deslumbra el Mare Nostrum de los romanos.

El trazado y el firme del sendero es antiguo, y me hace abrir los ojos al máximo y arquear las cejas al llegar a unas lazadas, donde la senda se aguanta entre mampostería caliza de sublime acabado. Madre mía, ¡qué preciosidad y cómo lo pinta!.

En un primer collado dejo el mochilo y me empleo a fondo. Tanto, que toca quitarse el gorro y la braga. En el mismo recodo el sendero se adentra en el pinar. Es ese tipo de tramo por senda casi sin desnivel, sujeto por el borde por murete de piedra en seco, liso, con un tapiz de acículas de pino sobre el firme, y con un jardín compuesto por monte bravo mediterráneo que no deja indiferente.

Tan absorto quedé, que no sabría decir el tiempo que empleé en desmochar los matorrales que invadían el sendero. Solo subieron al cielo de las plantas las aliagas. Lo juro por al-Azraq, antiguo irredento que salió a defender estas tierras.

Con cuidado, a sotavento, picando matas iba subiendo de nivel por la senda. Tramazos boscosos rectos, curvas cerradas, y un horizonte que concretan los contrafuertes de las dos montañas que alumbran el río que da nombre al valle.

La cabeza se me va y enciende todas las alarmas estomacales. “Se te pasa la hora de comer, amigo…”. Pero el viento empieza a rugir, frío y despiadado, y huele a collado, así que decido llegar hasta arriba, hasta las ruinas de un antiguo corral que mis ojos habían visto en el ordenador y el móvil, y la mente había imaginado mil y una veces. Estaba allí. Un kilómetro exacto después del lugar donde el camino se convierte en senda, y 94 metros más alto, desde donde se ven las pozas del río, la vida de los pueblos, y los barcos que andan pasándolo mal por el fuerte oleaje marino.

La comida al rasero de las rocas y al abrigo del bosque te la podrás imaginar. A la altura sin duda, de las ganas que tengo por volver a ese recóndito lugar del mundo dando pedales, sin pincharme en el intento, y reconociendo las maravillas que creaban nuestros ancestros para traspasar estas tierras.

Parece que es hora de echar otro tronco al fuego.

2 comentarios en “ESE SENDERO DEL QUE TE HABLÉ

  1. Buenísimo! Que alegría y emoción dan esos encuentros sobre el terreno después de las ensoñaciones sobre foto aérea! Enhorabuena por el relato y deseando conocer ese sendero del que me hablaste! 🤟🥰

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