Capítulo 1. Go to Arnes!
Imagen de portada: David Giro.
Es increíble lo que es capaz de generar un logotipo colgado en la inmensidad de instagram. Un dibujo de un piñón sonriente de 17 dientes. Un anillo de 17 dientes. “Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos. Un anillo para atraerlos a todos, y atarlos en las tinieblas”.
Detrás de ese dibujo entrañable, habían dos flautistas de Hamelin, tocayos ambos, quienes en mitad de la cogorza belga osaron tirarse al barro de Herbeumont-sur-Semois en el encuentro anual de 2022, y aupar a Arnes, un pueblecito a los pies de Lo Port, a lo más alto del panorama single speed mundial un año más tarde.
El piñón sonriente, que caminaba silbando una canción, fue capaz de congregar a más de un centenar de acólitos del mountain bike más gamberro, en lo más profundo de la Terra Alta, allá donde las montañas se abrazan al viñedo, al olivo y al almendro.
De noche todos los gatos son pardos, y tras escapar de la babilónica autovía paralela al Mediterráneo, poco alcanzo a ver más allá de una serpenteante carretera que sube desde el plácido final del Ebro, a las planicies a los pies de Els Ports, un laberíntico murallón de bosques y roquedos que abraza los históricos territorios valencianos, aragoneses y catalanes, sin solución de continuidad. Una tierra mágica. No podía ser de otra forma.
Hace una noche espectacular a primeros de octubre, así que los dos representantes llegados de la terreta valenciana, tras darnos pertinentes abrazos de oso y montar campamento, nos vamos con la emoción del momento a buscar ambientillo. Las calles y rincones de Arnes suenan tranquilos, acaba de terminar el eliminator urbano, y la gente debe estar dándole a la birra. La organización ha dicho que el epicentro del Campeonato Mundial de Single Speed en bici de montaña es el bar. Poca más información hay. Así que si quieres enterarte de algo, por allí debes pasar.
Una conjunción de gente del terreno, unida a grupos de ciclistas con el inglés como idioma principal, se reúnen a esas horas en el Bar Casal, que tiene una enorme terraza y una barra maja al aire libre. Antesala de algo grande.
Al fondo nos encontramos a Rheinardt, la mascota del campeonato, un zorro que no pierde detalle, lustroso, vigilante. El becerro de oro de esta tribu venida desde todos los rincones del planeta. No pasa el tiempo para él, desde que fuese adoptado por el gremio. Allí donde se celebra, acude.
Nos enchufamos las primeras cervezas del fin de semana y una hamburguesa de ternera pirenaica. A las primeras ya nos adoptan los camareros, al ser los únicos que hablamos su mismo idioma. Hay ambiente, pero no sé, la cosa está demasiado tranquila, ¿no?.
La terraza asegura un espectacular horizonte de puntiagudos picachos, donde poder intuir por dónde discurrirá el campeonato mañana. Aquí y allá, puedes detenerte mirando verdaderas obras de arte hechas de titanio o acero, discernir si a ese 16t se le hará bola mañana, o si nuestro 22t no será mucho para los kilómetros que unen el valle con el telón montañoso.
Hace tiempo que no coincidimos, así que Alberto y yo charlamos y nos ponemos al día. Apuramos la enésima Estrella Damm y rebañamos el plato antes de despedirnos del atento personal, que trabaja en el Casal, redoblado de gente para este fin de semana, repleto de viandas y que ha visto multiplicado por cien sus habituales reservas de cerveza. Besito en la frente al presidente y salimos fuera.
La noche acompaña, te pide una penúltima. Giro de bocacalle et voilà!. La imagen parece sacada de cualquier buen casco viejo que se precie. Efectivamente ¡lo encontramos!, empieza el Mundial. A la entrada del bar Bonaire, hecho de piedra, un montón de bicis con dorsal se apilan. Al traspasar el umbral de piedra me giro sonriendo a Alberto y nos decimos: “Uahhh!, ahora sí”.
El bar está lleno de tipos rudos, muy altos, barbudos, bigotudos, en pantalón corto, calcetines altos, gorras ciclistas con la visera mirando al techo, birra y cubata en mano. Se diría que se conocen. En la ropa miles de matices, de slogans, de consignas, toda referencia hacia el Anillo Único. Allí andaban los ojos de Sauron, gobernándonos ya a todos.
Algunos suben del baño y bandean de la barra a las mesas, “yep!”, resuellan, arquean la ceja, se rascan la barba, y siguen animadamente sus conversaciones al chocarse al llegar a la altura de sus colegas. Eslovenos, norteamericanos, sudafricanos, suecos, finlandeses, alemanes, neerlandeses y belgas, jubilosos belgas. Mola no, lo siguiente. El jefe del bar y el camarero flipan. No se creen lo que están viendo. Nosotros tampoco. Un viernes cualquiera en Arnes, pueblo de menos de 500 habitantes, fuera de temporada, lleno de pintas, y bicis sin cambio de marcha.
Al filo de la madrugada pensamos que es momento de abandonar sigilosamente entre los jóvenes de Arnes y la internacionalada a pedales, que por momentos, ya chapurrea spanglish.
«¿A qué hora es mañana la salida?«.
«A las 11… más o menos«.
Bienvenidos al Single Speed World Championship 2023.