POT

Todo fluye. Todo sigue su curso. Todo tiene su propio tiempo.


Hace un rato me ha venido a la mente lo que han andado mis pies a lo largo del día. En ningún momento las suelas se han llenado de tierra que no sea la del tramo de obras interminables que atrapan una de las calles principales de la ciudad.


Es un hecho bastante antinatural este, y no me refiero solo a las obras precisamente. Hablaba de la insana costumbre de no chafar a la madre tierra, ni un solo rato al día, sin artificialidades humanas de por medio.


La mente humana esconde resquicios apacibles. En sus recovecos existen dominios repletos de experiencias vividas, en los que resuellan apabullantes momentos adquiridos en días digamos, diferentes al sota-caballo-rey de la cotidianeidad.


En mi caso, ordenaditos, en un profundo nudo mental, aparecen multitud de experiencias que arrancan la sonrisilla a la par que aceleran el corazón. Allí están, y parecen agolparse últimamente más deprisa de lo que solía ser habitual en estos últimos meses.


Bien podría enseñarles el camino de regreso a ese nudo mental del que provienen, si no fuera, porque sé que mi cabeza sigue soñando, elucubrando, creando… Tarde o temprano será el momento se reemprender esa senda, a veces lisa y pletórica de humus en descomposición, suave al sonido del paso de dos ruedas, y empedrada otras, generando el eco sórdido tan característico que producen el aluminio de los aros con la caliza martilleante.


Todo forma parte del camino, del sendero si se prefiere, porque todo lo mundano, lo vivido entre comunidad, es algo que también cabalga con nosotros siempre. Pero esas suelas hoy me piden tierra, y esta mente también.


Mis manos y mis ojos se han vuelto a confabular, y andan rebuscando por casa textos magníficos de Nejc Zaplotnik en su magistral obra Pot. Y llevan semanas indagando y refrescando relatos y gestas pirenaicas de uno de los grandes -y callados- referentes dentro del gremio ciclista-montañés: las entradas ancladas en el tiempo del olvidado pero imprescindible blog del gran Mikelito.


Todo ello, no hace sino refrescar esos rincones de materia gris, ahondar esperanzas, y pensar en fustigar a la de ya, estos cuerpos nacidos para seguir los vericuetos que las mentes piden, y las montañas disponen.

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